jueves, marzo 28, 2024
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LAS MUJERES DE 40: AUTONOMÍA Y AMOR PROPIO

POR: FABRINA ACOSTA

El mundo busca organizarse de diferentes maneras: edad, estrato social, género, entre otras categorías; se busca limitar roles, determinar qué es bueno o no para cada etapa y a lo que puedes acceder, si tienes un estatus socioeconómico. En temas de sexo/género, se establece lo binario y fuera de ello suena “extraño” eso de las diversidades sexuales; si hablamos de rangos de edad, se nos exige portarnos como adultas, nos condicionan a sentirnos viejas para hacer algunas cosas y muy jóvenes para otras, lo cual obedece a un tema de imaginarios sociales y culturales.

Hace unos días, leí un meme que decía: “Pido disculpas a todas las personas que llamé viejas a los 30, cuando yo tenía 18, ahora sé que estaban en la flor de la juventud”; lo anterior, me hizo reflexionar respecto a que el tema de la edad es relativo y maneja unas cargas sociales significativas, especialmente, en las mujeres:“Te va a dejar el tren”, “ya es hora de que tengas tus hijos”, “no eres peladita para enamorarte”, “esos calores son por la menopausia”, “ya estás vieja pa vestirte como muchacha” o “la vejez ya te llegó”.

Las cuarentonas se enfrentan a grandes desafíos, exigencia de madurez, estabilidad emocional y financiera: casa, carro y beca, es decir, responden a modelos capitalistas y sexistas que establecen que las mujeres sean perfectas y no reales o libres. Las cuarentonas viven en una especie de limbo, para unas cosas son jóvenes y para otras muy viejas; experimentan cambios en su estado físico o emocional y también en sus prácticas sociales, ya que les puede parecer más placentero quedarse en casa que salir a una discoteca; también, priorizan el tiempo en familia o con amigos y los planes de relajación que aquellos agitados. Cabe aclarar que, esto no es una regla para todas, simplemente, describo lo que me dijeron varias mujeres que transitan por la década de los cuarenta.

Las cuarentonas han aprendido de las dos agitadas décadas vividas anteriormente —los 20 y 30—; se atreven a tener pausas, actos de amor propio y pierden el miedo a soltar amores dañinos; desaprenden sobre los apegos excesivos, aman viajar, exploran el mundo, a ellas mismas, entienden que amarse no es pecado y decir “no puedo”, también es válido; que cerrar ciclos para abrirse a nuevas cosas es un derecho de autonomía; que no son las mujeres maravillas, que todo lo salvan y que el primer mundo por cuidar es el propio.

Lo anterior, podría leerse como un panorama utópico y lejos de muchas realidades femeninas, quizás, no es el escenario perfecto y no se da en todas, pero sí es una tendencia en muchas de las mujeres con las que hablo, quienes han despertado a ellas mismas, a existir, vivir de manera consciente, porque, en realidad, hay modos de vida en automático para las mujeres: ser las mejores, más bellas, multifuncionales y siempre estar disponibles para las miles de misiones como las superheroínas de las caricaturas; así nos enseñaron, a sentirnos culpables ante el ocio, inútiles si descansamos y feas si no cumplimos con el estándar de belleza, el cual busca satisfacer a otros y no a ellas mismas.

Son conscientes del derecho a enamorarse, sentir, bailar, viajar, dedicarse tiempo, ser felices solas, construir amistades que alimenten el espíritu; aprenden a perder el miedo a la vejez, sobornada por los estereotipos sociales, entendiendo que la edad espiritual y mental se puede renovar cuantas veces quieran con elixires que se regalen; les agrada la verdad hacia ellas y renuncian a fantasías que solo les dejan vacíos, comprenden que la moda es un acto político y viven el empoderamiento desde ellas; convierten el drama feminizado en oportunidades de aprendizaje y van deconstruyendo modelos de amor romántico, establecidos por la publicidad, televisión, música, los cuentos, relatos de las abuelas, mamás y tías.

Sin duda, es difícil salir ilesas de ese contagio, respiramos desde antes de nacer enamoramientos romantizados, apegos tóxicos y dependencia de todo, porque nos instalan un chip de fragilidad que requiere la protección de otros que representan la “fuerza”. Las cuarentonas siguen firmes en su taconeo de la vida; también, en su andar con tenis o descalzas; el estilo que elijan les hace ver empoderadas y orgullosamente transitando en el cuarto piso que tiene autopistas de libertad.

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